jueves, 28 de septiembre de 2017

Construir desde el conflicto

El conflicto es inherente a las relaciones sociales. Esta afirmación, seguramente, la hemos escuchado muchas veces. Pero ¿qué opciones se nos ocurren para resolver un conflicto? ¿Por dónde se empieza para darle una solución positiva? Hay concepciones de la idea de conflicto enfocadas a prevenirlo. En estos casos, los conflictos son mínimos porque no emergen las diferencias ni las causas que los provocan. Pero en otras situaciones esto propicia otro tipo de conflicto, como el intrapersonal, en el que la persona puede sufrir incomunicación, miedo o frustración.

Se dan distintas definiciones de la palabra «conflicto» que dependen de la idea que se tenga del mismo. El DRAE, por ejemplo, proporciona diferentes acepciones, entre las que se encuentran las siguientes: «combate, lucha, pelea», «apuro, situación desgraciada y de difícil salida» o «problema, cuestión, materia de discusión».
La definición que más se aproxima al tipo de conflicto que habitualmente se produce en la comunidad escolar, en la interacción cotidiana o en el modelo de aprendizaje cooperativo, tal vez, es el que hace referencia a la divergencia de intereses, a percepciones distintas de un mismo hecho o a la certeza de que los intereses son incompatibles.
Hay diversas clasificaciones de conflicto que responden a diferentes criterios. La clasificación que hace Moore (1994) es en base a distintos elementos o causas como, por ejemplo, los valores con los que las personas se comunican; las emociones o conductas negativas en las relaciones; la información que tienen las personas o la diversidad de intereses cuyo origen es la competición por necesidades percibidas como opuestas. A los distintos tipos de conflictos se suma una clasificación por niveles: el intrapersonal, el interpersonal, el intragrupal o el intergrupal. Pero esto, con mayor o menor profundidad, lo conocemos, no es nuevo; como tampoco lo es que en los ciclos del conflicto intervienen las emociones y que estas influyen en la forma de percibirlo y, por tanto, de resolverlo.
El desafío es cómo transformar el conflicto en una oportunidad de aprendizaje que repercuta en el desarrollo de competencias. ¿Cómo podemos transmutar un conflicto en recurso de aprendizaje, en experiencia renovadora, en herramienta de reflexión sobre nosotros mismos, sobre nuestra forma de comunicarnos, sobre la diversidad, sobre las opiniones o sobre la forma de concebir y sentir de los demás? Tal vez, debiéramos empezar por ser conscientes del conflicto. Después, tendríamos que cambiar la percepción sobre el conflicto y verlo como signo positivo de divergencia, que propicia cambios personales y sociales que nos enriquecen porque nos ayudan a determinar nuestra identidad, entre otras cosas. También es necesario, para que el conflicto no sea hostil y destructivo, que cada una de las partes analice la perspectiva de los demás y consensue una solución con respeto, empatía y voluntad.

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